Antes de cada vuelo, Edgar Díaz repasa mentalmente los procedimientos, las contingencias de emergencia y los planes alternativos, revisa el estado del tiempo y dedica un momento especial a pensar en su familia. Él es primer oficial de Mesa Airlines, una aerolínea de United Express con sede en Houston, Texas. Nació en Santa Clara, Cuba, en 1973 y es uno de los tantos que tuvo que comenzar su vida de extranjero para cumplir su sueño en tierras de libertad.

“Soy el primer piloto de mi familia, porque mi padre, quien siempre soñó con serlo, no pudo lograrlo. La llegada de Castro al poder se lo impidió. Mi papá era un entusiasta de la aviación. Cuando yo tenía 10 años me llevaba al aeropuerto a buscar itinerarios y en la casa trazábamos sus destinos en mapas. Cuando en 1991 inicié mis estudios en Miami-Dade College, había comenzado una academia de vuelo de la Parte 141 autorizada por la Administración Federal de Aviación (FAA) y fui uno de los primeros en vivir la experiencia. Recibí un asociado en Ciencias para Tecnologías de Pilotaje Profesional. Después terminaría mis estudios en la Universidad Aeronáutica Embry Riddle, donde recibí una licenciatura en administración de Operaciones Técnicas”.

Con 47 años y un montón de horas de vuelo, Edgar no olvida la aterradora experiencia de volar en solitario por primera vez en octubre de 1991 ni el Saab 340 con el que hizo su primer viaje como piloto profesional. Como también recuerda algunos malos ratos que ha pasado a miles de pies de altura. Por eso confiesa sin rubor que en ocasiones ha sentido miedo.

“La primera vez que sentí miedo coincidió con mi primera falla de motor. Volaba con un amigo sobre San Petersburgo, en el área de Tampa. Íbamos en un Cessna 172 cuando el motor empezó a chisporrotear y perder potencia. El avión no podía mantener la altitud. Miramos a nuestro alrededor y por suerte teníamos algunas opciones de aeropuerto. Yo era piloto volando y elegí el campo de Sarasota. Declaré una emergencia y aterricé con seguridad. Después supimos que el motor estaba obstruido y pudo haber causado un incendio. Mi segunda mala experiencia fue volando un Saab sobre el Atlántico. Llevábamos carga de Miami a Puerto Príncipe, en Haití. A 15,000 pies de altura nos sorprendió una fuerte turbulencia. Afortunadamente, el capitán y yo trabajamos en equipo y logramos salir de la peligrosa situación”.

Un piloto debe cuidarse como un atleta y estudiar como un ingeniero. La FAA tiene exigentes regulaciones. Cada año deben pasar estudios, evaluaciones y pruebas en tierra. También deben estar médicamente certificados cada seis meses para poder volar, por lo que deben mantener una buena dieta, dormir muy bien y hacer mucho ejercicio. Pero además de todo esto, en ocasiones tienen que enfrentar también los mismos escollos que impone el mercado laboral para otras profesiones menos exigentes. 

“La aviación ha sido una relación de amor y odio para mí. Cuando terminé mis estudios en la universidad me di cuenta de que mi profesión era como un trabajo de cuello azul mal pagado. En ese momento un piloto regional ganaba menos de 20,000 dólares al año. Con los préstamos escolares y las tarifas de capacitación adeudadas tuve que tomar una difícil decisión: abandonar la aviación para comenzar un negocio. Pasaron 14 años antes de que pudiera desempeñarme como piloto profesional. Felizmente la situación ha cambiado, se respeta mucho más nuestra profesión. Por eso mi consejo para los aspirantes a pilotos profesionales es que vayan por sus sueños y trabajen duro para lograrlo, pero que tengan muy en cuenta la tecnología y estudien para tener una segunda opción como respaldo. Y, por último, disfruten del paseo, que no solo se vive para trabajar”.