El 8 de septiembre de 1966, año en el que se celebraba el cincuentenario de la proclamación por el Papa Benedicto XV de la Virgen María, con el título de Nuestra Señora de la Caridad del Cobre, como Patrona de Cuba, y durante su homilía en la misa que se celebraba en el Miami Stadium con motivo de la festividad, el entonces Obispo de Miami, Mons. Coleman Carroll llamó a los cubanos exiliados que colmaban el lugar a levantar un santuario en honor, precisamente, de la Patrona de Cuba. A esos efectos, anunció también que la Diócesis de Miami donaba un terreno situado a orillas de la Bahía Biscayne, entre el Hospital Mercy el Palacio Vizcaya: les dejaba a ellos la tarea de construir el santuario.
Días después se anunció el nombramiento de un desconocido sacerdote cubano como capellán encargado de dirigir los esfuerzos para la construcción del santuario. Este sacerdote, de 38 años, había llegado a Miami pocos meses antes, procedente de Chile, donde había servido como misionero por cuatro años tras haber sido expulsado de Cuba por la dictadura en 1961. Sus amigos lo conocían como el Padre Aleido. Su nombre era Agustín Aleido Román.
También en 1966 se formó el Comité pro-Santuario de la Caridad del Cobre en el Centro Hispano Católico, aledaño a la iglesia de Gesu en el downtown de Miami. Un destacado líder cívico de la incipiente comunidad del exilio, el Dr. Manolo Reyes fue nombrado presidente.
Al principio se pensó en construir no una iglesia, sino un monumento a la Virgen, pero pronto se desechó esa idea, pues los exiliados cubanos preferían un lugar de culto para honrar a su patrona y orar por Cuba. Apenas iniciada la construcción de la capilla provisional, los devotos, espontáneamente, comenzaron a referirse al lugar como “la Ermita de la Caridad”... y así se quedó.
El 20 de mayo de 1967, en una misa donde predicó el inolvidable Monseñor Ismael Testé, fundador en Cuba de la Ciudad de los Niños, se bendijo la primera piedra de la capilla provisional que acogería a los fieles que peregrinaban al sitio donde se levantaría el santuario. La capilla era tan pequeña que cuando se celebraba en ella la Santa Misa solamente entraban las personas más ancianas y las mujeres que cupieran. Los hombres, y en ocasiones muchas mujeres, también participaban desde afuera y, al terminar la Eucaristía, todos compartían afuera bajo los gigantescos pinos australianos que poblaban el lugar con Mons. Román contando anécdotas de sus pueblos y comentando las noticias sobre Cuba. Eventualmente, tras terminarse la construcción de la Ermita, la capillita pasaría a formar parte del convento de las Hijas de la Caridad y años más tarde se erigiría sobre ella el Salón Padre Félix Varela.
El 21 de mayo de 1968 se fundó el Comité de Recaudación y Construcción de la Ermita bajo la presidencia del Dr. José Miguel Morales Gómez. Otros miembros del Comité fueron: Leticia de Amblada, Herminia Méndez, Elda Santeiro, Delia Díaz de Villar, Isidoro Rodríguez, Luis Botifoll, Ernesto Freire, Jorge. E. Díaz, Camilo López, Juan V. Tapia, Raúl Valdés Fauli, Tarcisio Nieto, Rolando Encinosa, Pedro Peláez, Armando León, Jesús Argaín, Pedro Delgado y Evelio Jacomino. Fue designado como arquitecto del proyecto José Pérez Benitoa.
A partir de mayo de 1968 comenzó la recaudación de fondos para la construcción del Santuario, que se extendió por seis años hasta 1973. Eran tiempos muy difíciles para los cubanos exiliados, casi todos recién llegados y con familiares que socorrer en la Isla o tratar de sacarlos de allá para escapar de la opresión. Las donaciones consistían mayormente de puñados de centavos. Se hizo costumbre en muchas familias depositar en un pomo o alcancía los centavos que entraban en la casa: esos eran sagrados, porque eran para la Virgen. Muchos, cuando conseguían trabajo, donaban el pago de su primera hora de salario para la Ermita. El padre Román hacía apelaciones a la generosidad del exilio siempre que tenía una oportunidad en las emisoras de radio La Fabulosa y La Cubanísima. Se hacían recaudaciones especiales en algunos eventos cubanos y se estableció una estricta administración de los fondos para que todos fueran directamente al propósito de la construcción de la Ermita.
Por esos tiempos, el padre Román se hizo famoso y temible en el banco donde se depositaba el dinero recaudado, pues él llegaba con regularidad cargando en sus manos pesados sacos llenos de monedas que los empleados del banco tenían que contar rigurosamente. Pero lo hacían con buena voluntad porque la construcción de la Ermita se convirtió rápidamente en un empeño de todos. En la capillita, o donde pudieran reunirse, un equipo de voluntarias apodadas “las quileras” contaban pacientemente los centavos recaudados cada día y los preparaban para que el padre los llevara al banco. Mucho tiempo después, cierta vez en que un obispo aficionado al golf le preguntó a Mons. Román si él había practicado algún deporte en su vida, él le contestó: “Yo levantaba pesas”, refiriéndose a los años en que cargaba aquellos sacos de monedas.
Desde el principio de las recaudaciones el padre Román pronosticó que la Ermita sería construida “con los quilos de los pobres” y así sucedió. Años más tarde, cuando rememorábamos y decíamos que habíamos pasado seis años recogiendo quilos prietos, él nos rectificaba diciendo: “recogiendo quilos, pero también orando mucho todo ese tiempo. Sin la oración del pueblo no hubiéramos podido hacer nada, la Ermita es fruto de amor a la Virgen del pueblo cubano, convertido en oración”. Igualmente, a Mons. Román le satisfacía recalcar cómo, antes de pensar en comprar una casa para su familia, los cubanos quisieron hacer una casa “para su Madre del cielo”.
En junio de 1967 se reorganizó la Cofradía de Nuestra Señora de la Caridad del Cobre, que había sido fundada en Cuba en el siglo XVII, como un equipo de devotos de la Virgen, laicos comprometidos en el trabajo pastoral y de construcción de la Ermita. Se adopta un reglamento redactado al efecto por Mons. Eduardo Boza Masvidal, exiliado en Venezuela. Los primeros coordinadores de la Cofradía fueron Tarcisio Nieto y su esposa, Gina Suero. Al principio era un pequeño grupo de matrimonios procedentes de las seis provincias cubanas de aquella época. Cuando se comenzó la primera campaña para hacer miembros de la Cofradía, se imprimieron 200 carnés y se veía como una meta extraordinaria y lejana poder hacer tantos miembros. Los carnés se agotaron en la primera semana. Hoy la Cofradía, elevada al rango de Archicofradía por el arzobispo Favalora, cuenta con decenas de miles de miembros procedentes de todos los países de América y de otros lugares del mundo.
En 1968 comenzaron, en forma organizada, las peregrinaciones de los hijos y vecinos desterrados de los 126 municipios que formaban entonces la República de Cuba. La invitación era a orar por Cuba y por todos. Al mismo tiempo, comenzaron a celebrarse seis romerías anualmente para proveer a las familias exiliadas de esparcimiento apropiado, con sentido cristiano y al alcance de sus limitados recursos. La Ermita se convirtió así, aún antes de levantarse el templo, en un centro de reencuentro de familiares y amigos separados no solamente por la salida de Cuba, sino además por la dispersión y exigencias materiales del exilio. Centro también de divulgación de las realidades cubanas y de reforzamiento cívico. Pero, sobre todo, en un centro de constante oración por Cuba y por los que acudían al sitio. En cada misa se rezaba la oración por los presos políticos cubanos escrita por Mons. Boza Masvidad.
Arquitectónicamente la Ermita se construyó a semejanza del manto de la Virgen, recordando la jaculatoria que rezaban los cubanos desde tiempo inmemorial: “¡Virgen de la Caridad, acógenos bajo tu manto!”. En su interior se advierten las seis columnas que sostienen la estructura en representación de las seis provincias tradicionales de Cuba: Pinar del Río, La Habana, Matanzas, Las Villas, Camagüey y Oriente. Geográficamente se orientó para que estuviese frente a Cuba, así como un recordatorio del motivo que impulsó la obra: orar por Cuba. En sus terrenos se erigieron merenderos en forma de los típicos bohíos del campo cubano. La sede, o asiento del celebrante de las misas, estaba tallada en el tronco de una palma real. Al inaugurarse la Ermita, no había en ella bancos para sentarse, sino típicos taburetes cubanos. El mural de la Ermita, pintado por el gran artista Teok Carrasco, muestra gráficamente un resumen de la historia de Cuba centrada en la Virgen de la Caridad y en su hijo Jesús, el que ella presenta a todos los cubanos de todas las generaciones.
En forma elíptica y siguiendo las manecillas del reloj, el mural comienza con la llegada de Cristóbal Colón a “la tierra más hermosa que ojos humanos vieron” y termina con la llegada por mar de una familia cubana en busca de libertad y muestra en el camino la presencia de la iglesia en el desarrollo de la nacionalidad cubana. La primera piedra del Santuario, bendecida el 8 de diciembre de 1871 al comenzarse las obras de construcción, fue hecha con arena, tierra y piedras traídas de Cuba fundidas con agua que se encontró en un recipiente dentro de una balsa cuyos 15 ocupantes habían perecido ahogados en su intento por alcanzar la libertad.
La Ermita de la Caridad fue finalmente inaugurada el 2 de diciembre de 1973. La dedicación del templo se realizó en una solemne eucaristía celebrada por el entonces presidente de la Conferencia de Obispos Católicos de Estados Unidos, el Cardenal John Joseph Krol, arzobispo de Philadelphia. Concelebraron con él el arzobispo de Miami y padre de la idea, Mons. Coleman Carrol, el obispo cubano expulsado de Cuba y exiliado en Venezuela, Mons. Eduardo Boza Masvidal; el obispo auxiliar de Miami Mons. René Gracida y Mons. Agustín Román, el humilde sacerdote cubano sin cuya fe en Dios y a la Virgen Santísima, su amor a Cuba y su incansable tesón evangelizador esta obra no hubiera sido posible. La Ermita de la Caridad está considerada hoy como uno de los santuarios marianos más importantes de Estados Unidos.
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