El salto a las luces de La Habana sería cuestión de tiempo. Debutó frente al micrófono a los 13 años en la estación CMJY Radio Cadena Agramonte. Ya adolescente Mario Vallejo abordó un ómnibus desde su natal Camagüey con destino a la capital de Cuba para amplificar su talento en los medios de comunicación, una suerte de déjà vu que había vivido su compatriota y colega Roberto Canela Pérez. Medio siglo atrás no se había conformado con llevar la voz cantante en la tierra de los tinajones.
Canela, la voz de las noticias, compartió cabina con las primeras figuras en la locución nacional durante décadas. Vallejo repitió su recorrido y se ganó un sitial entre las extraordinarias figuras de la radio y televisión nacionales. Entre las obligaciones como presentador en el canal 6 de la televisión cubana, Vallejo introducía a Fidel Castro en los actos oficiales. Acompañado de un tono agudo y desenfado juvenil, su voz cautivó a los radioyentes a su paso por Radio Progreso, Radio Reloj, Radio Metropolitana y Radio Ciudad de La Habana.
Cuando la convivencia en la Isla se hizo imposible se marchó a Chile, donde fue director de programas en Radio Colo Colo y luego conductor y reportero en Radio La Ciudad, ambas en la capital. Luego se unió al equipo de Univisión en el invierno de 1997. Ha entrevistado a una veintena de jefes de Estado, cubrió los ataques terroristas del 11 de septiembre de 2001, la crisis de los migrantes en Centroamérica y las protestas de inmigrantes cubanos en cárceles de Bahamas, entre otros acontecimientos. Recibió las llaves de la ciudad de Miami en 2019 y ganó el premio Emmy a la excelencia en la televisión. Mario Vallejo es un reportero a todo riesgo.
El año 1997 marca un antes y un después, ¿cómo cambia su vida tras abandonar la Isla definitivamente?
Sentí un cambio radical en lo personal, profesional y humano. En 1995 fui a Chile y trabajé en dos estaciones. Al fallecer mi madre en 1997 decidí venir a Estados Unidos. Aquí olvidé todo lo que hacía en Cuba: vendí cursos en inglés y como cualquier inmigrante trabajaba en lo que apareciera. A los cuatro meses de estar en Miami me llamaron de Telemundo, pero uno o dos días antes de salir al aire, Univision me hizo una propuesta formal y firmé mi primer contrato con la compañía. Trabajar en Univision, gracias a Dios, es mi sueño de todos los días. Hoy por hoy soy feliz.
En 2002, La vida secreta de Fidel Castro, emitido en 10 sesiones por Univision 23, le dio un impulso a tu carera, ¿sintió algún temor al descubrir la imagen real de un líder tan poderoso, cansado y decrépito?
Noté un poco de miedo. Hasta ese instante todo lo que rodeaba a Fidel Castro era un mito, excepto su círculo cercano. Nadie conocía donde vivía, el rostro de la esposa, ni los hijos del dictador. Viajamos hasta Ecuador para encontrarnos con la persona que traía el video, pareja de uno de sus hijos. El video casero tenía alrededor de dos minutos de duración, grabados por los propios hijos de Castro. Fue una enorme sorpresa para todos, nos enteramos de que allí las órdenes las daba su esposa Dalia. Fidel no era el mismo dictador que todos creían conocer detrás de aquellas cuatro paredes.
El encuentro de Vallejo con Vilma Espín, esposa de Raúl Castro, en los pasillos de Naciones Unidas en Nueva York engrosa uno de los capítulos más surrealistas de la jerarquía castrista. “A un bagazo poco caso”, dijo Vilma al reaccionar a una pregunta tuya sobre el disidente Vladimiro Roca. Han pasado dos décadas de aquel encuentro donde Vilma, además de censurar tu trabajo, lo acusó de contrarrevolucionario y hasta quiso arrebatarle el material filmado, ¿cuál fue el aprendizaje?
Aquella entrevista con Vilma Espín debía convertirse en un material de estudio para las universidades que imparten periodismo. Hablo de un bastión en contra de la censura que algunos gobiernos como el de La Habana enarbolan para mutilar la libertad de expresión y de prensa. La historia comienza cuando Vilma me confunde con un periodista de la Isla. ¿Qué planteamientos trae Cuba? Dijo que hablaría primero en la Mesa Redonda. Cuando insistí sobre la relación entre el viaje del presidente Jimmy Carter a La Habana (mayo de 2002) y la liberación (luego de cinco años en prisión) del opositor Vladimiro Roca, me dijo: “Muchacho no me preguntes sobre eso que vas a perder el trabajo. Pero ¿tú eres cubano?”
Ella solo quería saber si en realidad formaba parte de la delegación cubana o vivía en Estados Unidos. Esto demuestra cuánto miedo tiene la gente que rodea a Fidel, si la esposa de Raúl vivía en medio de aquel terror y hasta tuvo que apelar sin éxito a un guardaespaldas. “Quítale el tape, eso no puede salir al aire”. Si la ceguera ha conquistado el poder qué se podría esperar del resto de la población. Prohibido expresarse de la oposición, de disidentes. “¿Qué tú me decías de Vladimiro Roca?” Vilma mostraba ante el mundo de lo que es capaz una dictadura: la autocensura es ley en Cuba.
Me enfrentaba a la esposa de Raúl y a la presidenta de la Federación de Mujeres Cubanas (FMC), pero sentía cierto respeto por tratarse de una señora en edad avanzada. El gran dilema resultaba no mostrarme agresivo frente a una abuela, aunque entendía que el compromiso de la militante comunista había hecho mucho daño. Afortunadamente, Vilma quedó al descubierto tras confundirme con un reportero del régimen cubano y al final del día la Interpol y la ONU comenzaron a circular mi foto como si se tratara de un infiltrado o terrorista. Gracias a Dios que me desempeño en una compañía como Univision que se encargó de aclarar las mentiras del gobierno de La Habana.
La cobertura durante el caótico intento por pasar la ayuda humanitaria en 2019 entre la frontera de Colombia y Venezuela hizo pensar muchas veces que la adrenalina terminó por superar su trabajo periodístico, ¿cómo describiría aquel momento?
Asistimos a un episodio espantoso. Solo lo había visto en videos donde reporteros venezolanos se habían enfrentado a los gases, golpes e impactos de balas de la policía. Vivirlo en carne propia fue diferente. En un momento llegué a aspirar los gases lacrimógenos y los jóvenes de la resistencia me facilitaron una botella de vinagre para mitigar el ardor en los ojos. En la confusión ingerí aquel líquido, lo confundí con agua y enseguida sufrí vómitos y un dolor intenso en el abdomen. Tuve que seguir la transmisión, pero lo peor ocurrió en el puente.
En la parte superior había unos huecos para facilitar el desagüe y la policía política del régimen de Maduro junto a militares cubanos, miembros de las brigadas de respuesta rápida que vestían camisetas rojas, colocaban los fusiles en el vacío y disparaban a quemarropa. Nos convertimos en carne de cañón en aquella guerra civil, no les importaba si se trataba de periodistas de la oposición o de su propia gente. Curiosamente, en la balacera la mayoría de las personas corría hacia el lado colombiano mientras mi camarógrafo y yo avanzábamos hacia el otro extremo, es decir, hacia la orilla venezolana, a donde debería ir la ayuda humanitaria.
Nunca dejamos de transmitir, pero tampoco miré hacia la cámara. En mis reportes mantenía la cabeza mirando hacia el piso. Fíjate cómo funciona el ser humano: prefería que me dieran un balazo en la cabeza a perder un ojo. Me atormentaba la idea de que uno de aquellos proyectiles impactara en mis ojos. La noche anterior a estos sucesos, en un parqueo, me encontré con jóvenes venezolanos que cruzaron la frontera unos días atrás. Dormimos al aire libre, ellos intentarían subirse a los camiones y entrar la ayuda a su país: comida, equipos médicos y alimentos para bebés. Entonces, el diletante gobierno de Caracas y luego La Habana hablaban de la injerencia de Colombia en Venezuela, una gran mentira. Los camiones que incendiaron se encontraban en la parte colombiana. Cuando vas a un hospital en Cuba no atienden y salvan la vida al ser humano, sino al que está con el Gobierno. Eso ocurrió en Venezuela.
Fue agredido por un periodista del régimen en Nueva York. Más allá de su labor en las cámaras, ¿no le preocupa exponer con tanta frecuencia su integridad física?
Forma parte de lo que hacemos. Cuando vayas a trabajar con miedo no lo hagas, pide el día por enfermedad, es mejor. Uno conoce de antemano lo que puede pasar y tienes que saber cuáles son las preguntas y las respuestas que te harán hacer un buen reportaje. No se trata de conseguir una entrevista con Raúl (Castro) y con tal de ser complacientes no hacerle los cuestionamientos que merece el régimen de La Habana.
El evento en Naciones Unidas tenía protestas a favor y en contra del Gobierno cubano y un periodista de la Isla, Boris Fuentes, comenzó a grabarme. Me seguía a donde yo iba hasta que lo encaré: ¿No estás cansado de verme? La historia no soy yo, tú tampoco, ¿no estás cansado de grabarme? “¡Ustedes no muestran toda la parte de la historia!”, dijo. ¡Ah!, que Díaz-Canel no es un presidente legítimo, repliqué. Y comenzó la confrontación. Cerca de 20 meses después de este agrio incidente Fuentes expuso en la televisión cubana las palabras de Díaz Canel “la limonada es la base de todo” y lo desaparecieron. Pudo haberse quedado en Estados Unidos, lo debe estar lamentando 10 millones de veces.
El encuentro con la psicóloga cubana Susely Morfa González en un foro durante la Cumbre de las Américas en Ciudad Panamá en 2015 puso al descubierto la catatonia de la representante del régimen de La Habana. ¿Cómo logró desmontar su verborrea excesiva?
Con una pregunta: ¿Quién te pagó los gastos para estar aquí? Ninguno cobra un salario en dólares en la Isla para sufragar los gastos de pasaje y hospedaje en un país extranjero. Ellos llegaron en dos aviones de Cubana de Aviación y se alojaron en hoteles de cinco estrellas. ¿Cómo pueden acusar a los opositores de ser pagados por el imperio? A mi pregunta, por supuesto, no tenía respuesta y la locura la alborotó.
El premio más importante en su extraordinaria carrera se aleja un poco de los escenarios habituales. Hablo del trabajo Sacerdote, amante y espía, galardonado por la agencia de noticias AP como el mejor reportaje investigativo de 2006. ¿Cómo valora el espionaje cubano en EE.UU. y su influencia en la lucha del exilio por una Cuba libre?
Después de ese reportaje me di cuenta de que yo no meto las manos al fuego por nadie, incluso ni por la gente con la que me relaciono a diario.
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