Rendido ante el encanto de una obra de arte

Por Raúl Hernández
October 15, 2020

Por estos días abundan los estudios de género en la historia de las artes. Es evidente que la creación artística y literaria ha tenido un marcado carácter patriacal desde el inicio de los tiempos, y que en cada época y cada región del mundo los artistas han mirado a la mujer desde perspectivas diferentes. No ha faltado la discriminación y la condena. Nadie puede poner en duda tampoco cuánto han sido relegadas las mujeres a la maternidad y las tareas domésticas como único destino. Lo que nuncan han podido pasar por alto los artistas es su belleza.

Es imposible hablar de artes visuales sin mencionar obras en las que fue una mujer el centro de atención del creador. Desde la enigmática Mona Lisa, de Da Vinci, hasta la Marilyn, de Andy Warhol, pasando por la Dánae, de Gustav Klint, y la Venus, de Boticelli. Ahí están, inmortalizadas también, las mujeres de Modigliani, Durero, Renoir, Rubens y Picasso, por solo citar unos pocos ejemplos.

Desde el surgimiento del retrato como género independiente en pleno apogeo del Renacimiento, las muejres han estado posando delante de los pintores. En el llamado arte sacro las féminas han sido protagonistas por excelencia. Miles de veces se ha representado a Eva, a la Magdalena, a casi todas las mujeres citadas en la Biblia, a las santas y mártires de la Iglesia Católica, y por supuesto, a la Virgen. No hay aparición de María que no haya sido recreada sobre un lienzo.

No existe país cuyos creadores no se hayan rendido ante el encanto de la mujer. Las vemos en los grabados japonenses, en las obras de los primitivistas haitianos y hasta en los grafitis de los artistas urbanos contemporáneos. 

Hay tres obras que no quiero dejar de mencionar por ser las tres que particularmente prefiero. Tres piezas que no puedo tener en la sala de mi casa por razones obvias, pero cuyas reproducciones no me canso de disfrutar. Se trata de la Gitana tropical, del cubano Víctor Manuel, un óleo sobre madera pintado en París en 1929. Considerado como la Geoconda americana, es la obra más importante de su autor. Con un discurso sencillo y casi primitivo desde el punto de vista pictórico, logró reflejar todo el encanto, el enigma y la belleza de la mujer mestiza que sueña, ama y sufre de este lado del mundo. 

Las otras dos fueron creadas por artistas británicos a fines del siglo XIX. Sol ardiente de junio, obra maestra del pintor y escultor Federic Leighton, se puede ver en el Museo de Arte de Ponce, en Puerto Rico. Allí sigue fascinando con su belleza una mujer exhuberante entre las transparencias y la luz que la envuelven.

Para el final dejo a Godiva, del escritor y pintor John Collier. Me encanta la leyenda de esta mujer que le pidió a su esposo que bajara los impuestos en Coventry. Él dijo que la complacería si paseaba desnuda por el puebo y ella aceptó el reto. Por respeto, todos los vecinos -menos uno- cerraron las puertas y ventanas de sus casas. Peeping Tom la miró por una rendija y fue lo último que vio en su vida, pues quedó ciego para siempre. El cuadro de Collier parece detener el tiempo y a cualquiera le puede detener el aliento la belleza de esta mujer desnuda a ahorcajadas sobre un caballo.

El arte, la vida y el mundo no se detienen. Los temas se repiten. En la actualidad no hay feria de arte, grandes eventos de pintura, ni galerías grandes o pequeñas, que no exhiban obras en las que brille la belleza de una mujer.

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