Por Carlos Bauza
October 20, 2018
Durante muchos años he escrito sobre la situación política y social que vive Venezuela. En ese devenir de mensajes por las redes sociales, marchas, entrevistas y viajes, uno logra distinguir quiénes van destacando...
Durante muchos años he escrito sobre la situación política y social que vive Venezuela. En ese devenir de mensajes por las redes sociales, marchas, entrevistas y viajes, uno logra distinguir quiénes van destacando por el poder moral que los acompaña y quiénes lo hacen por el simple interés de aparentar. Mientras que otros simplemente no dicen nada aunque escriben mucho y postean una y otra vez cada día.
En el caso del padre José Palmar aprendí a identificar esa pasión, critica y alarma, e inclusive el miedo que solo él logra transmitir. En especial en aquellos momentos en donde hasta su propia vida ha corrido riesgo. Él ha forjado su espacio y su derecho a comunicarse a dentellada limpia como una pelea de lobos hambrientos, porque, qué no ha vivido el padre José Palmar.
Desde insultos, atropellos, vejaciones, atentados, golpizas y ahora el exilio de un hombre de la iglesia que sustenta lo más valioso que cualquier país pueda tener: su estatura moral, ese poder incorruptible que han perdido los venezolanos y que pareciera desvanecido de la faz de nuestra otrora tierra. Él se identifica así mismo y en muy pocas palabras como un “cura en el exilio, periodista y locutor. Sacerdote Católico devoto de María Santísima. Primero mártir que arrodillado frente al narco madurismo castrista. AMDG”
Reí mucho cuando lo vi despotricar por no poder dar la misa mientras espera su permiso de trabajo en esta nueva aventura que para él significa ser exiliado en los Estados Unidos. Uno más que nos acompaña en esta diáspora tan desorientada y desmoralizada como los que quedaron allá al no contar con una figura de peso y relevancia moral que sirviera de guía espiritual de esta enorme “venezolanidad” ahora en el exilio. Y es que aunque estamos fuera de Venezuela, en este caso en los Estados Unidos, los venezolanos se empeñan en no aprender de sus errores y perseguir sueños creados por oportunistas que los ven como una posibilidad perfecta para sacar dinero. Porque la viveza criolla, el malandraje e inclusive el sadismo más perverso del chavismo también convive con nosotros en el exilio. Y esto, estoy seguro, el olfato afiliado y desarrollado del padre José Palmar, sabrá identificar fácilmente mientras se adapta a su nuevo estilo de vida en tierras de libertades.
El venezolano no es unido, el venezolano no se integra fácilmente a la sociedad que lo acoge como lo vemos perfectamente con otras nacionalidades que se ayudan entre sí, colaboran y apoyan. Por lo menos no estas nuevas generaciones que están llegando desde hace seis años. Desde los más desposeídos que llegan solo con lo puesto, hasta los que llegan y pagan en efectivo por una casa de $800.000 a $1,500.000 dólares en el Doral, al lado de un basurero. Ellos se consideran otra clase como lo demuestra su trato y displicencia hacia el resto de la sociedad que los mira con asombro y, ya de hecho, con creciente animadversión.
Esta es la realidad social venezolana que tenemos aquí. Y es por eso que necesitamos hombres y mujeres de bien que ayuden e impulsen el desarrollo de la educación, de las buenas costumbres, del poder de la familia, de la importancia de los ancianos, de las artes, del saber vivir en comunidad y sobre todo, de poseer ese poder moral que nos lleve a dormir tranquilos cada noche y sin importar qué tan larga o corta sean nuestras vidas. Debemos aportar soluciones y empujar sueños que hagan mejores a las generaciones que se criarán ahora en el exilio pero que en un futuro lejano podrían volver para reconquistar esa Venezuela que hoy ya no reconocemos y que no vemos como propia.
Es larga, padre José Palmar, la tarea que le espera si decide permanecer con nosotros, porque ahora, la diáspora entera será su parroquia, una parroquia llamada Venezuela. No identifico a más nadie que tenga la estatura moral que usted ostenta con tanta humildad y a la vez con tanta gallardía. Muchos esperamos con ansías escuchar su homilía y también que pueda dictar cátedra en cualquiera de nuestras universidades en la Florida para esas nuevas generaciones de venezolanos que hoy se forman y que tanto lo necesitan.
Muchos aún no se han dado cuenta, pero lo que sucede en Venezuela y también entre los venezolanos es una lucha entre el bien y el mal, entre la luz y la oscuridad, una guerra tan devastadora que será capaz de impactar a toda la región mientras que el poder involutivo del Castro-Chavismo se impone y va dejando estéril a nuestras tierras.
Hay una frase de Martin Luther King, la cual redescubrí hace apenas unos días, que me golpeó en el rostro al punto de aturdirme y hacerme replantear muchas cosas en mi vida y en la percepción que tengo de Venezuela.
“La historia tendrá que asentar que la mayor tragedia de este período de transición no fueron las palabras mordaces y la violencia de la gente mala sino el desolador silencio y la indiferencia de la gente buena. Y nuestra generación se arrepentirá no sólo de las acciones de los hijos de la oscuridad sino también de los miedos y la apatía de los hijos de la luz”.
Esa frase resume en poquísimas palabras la realidad que hoy vivimos como venezolanos que llevamos profundamente arraigada la patria en el corazón. No es fácil discernir cuando no se tiene la experiencia de vida en fenómenos como los que vive hoy Venezuela y cuando no se tiene tampoco personas ilustres o notables que den algo de luz al final del camino. Venezuela no tiene nada de eso, todo se perdió, así que no me queda otra cosa que explorar otras vivencias en otras tierras donde sí hay personas que pueden aportar su luz en momentos difíciles.
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