Es curioso que la tradición de rehacer o reinterpretar obras del pasado se haya instalado en el cine como una forma de asegurar una inversión. Y es que solo en las volubles finanzas encontramos una explicación a este fenómeno. 

El formato del remake es una idea promovida, sobre todo, por los grandes estudios cinematográficos, muy pocas veces (acaso nunca) por el público. Es difícil recordar un remake que las masas hayan recibido con alegría absoluta. Vamos, que parece siempre una muy mala idea. Pero entonces, ¿por qué el cine insiste tanto en el asunto? 

La respuesta inmediata, ya lo dijimos, está en la protección de las finanzas, pero también en algo mucho más sutil: el poderoso atractivo de lo familiar. Y eso cuenta tanto para los que aprueban los remakes como para los que no. ¿No me cree? Aquí se lo explico con un ejemplo. Si hay una película absolutamente popular y consideradamente, al mismo tiempo, una obra maestra, es el filme de 1972 El Padrino, de Francis Ford Coppola. Una joya, sí, pero no intocable… 

Su impacto fue tal que Coppola y Mario Puzzo, autor de la novela en la que se basa el filme, se pusieron a trabajar de inmediato en la Parte 2; luego se lanzó una edición poco conocida, The Godfather Epic, que dura 7 horas y combina los dos primeros filmes con escenas adicionales; muchos años después vino una tercera parte; y hasta el día en que murió, Puzzo intentó convencer a Paramount de escribir una precuela (es decir, una pre-historia) que contara el ascenso al poder de Vito Corleone. La razón es muy sencilla: si encontramos un personaje realmente fascinante, automáticamente queremos saber más de él, queremos verlo nuevamente en acción.

Los remakes son también eso, una manera de volver a la vida a personajes entrañables que son parte de nuestra vida, en cierta forma. La cinta de 2005 King Kong, de Peter Jackson, fue un justo homenaje a la original de 1933; lo mismo que Cape Fear, la película de Martin Scorsese protagonizada por Robert DeNiro, basada en la original de 1962 con Gregory Peck; así como también True Grit, la película de los hermanos Cohen de 2010, donde Jeff Bridges reinterpreta magistralmente la impronta dejada por John Wayne en la cinta de 1969.

Esa familiaridad es la razón por la que junto con los remakes vemos también la aparición de secuelas o películas salidas de un universo de ficción que nos es familiar. Tal vez la resurrección de Star Wars no tuvo la respuesta esperada de sus fans, pero, al menos en el saldo en dólares, valió el intento. Algo felizmente distinto pasó con Blade Runner 2049, por ejemplo, una excelente película que cuenta un poco más de los personajes de la igualmente espectacular Blade Runner de 1982.

¿Está usted cansado de los remakes? Qué más da: en estos tiempos la oferta audiovisual es más vasta que nunca. Y si un remake resulta un paquetazo, en poco tiempo nadie se acordará siquiera de su existencia. ¿Se acuerda acaso de los remakes de Pet Sematary, Poseidon’s Adventure, Footlose o Robocop? Exacto. Las buenas películas sobreviven a sus tropiezos. De hecho, es probable que usted sea fan de uno que otro remake y no lo sepa. ¿Sabía que Scarface, Ocean’s Eleven, A Star Is Born y hasta Ben-Hur (la de Charlton Heston) son remakes?

En los próximos meses se vienen los remakes de Los Ángeles de Charlie, La Dama y el Vagabundo, Laberinto, La Sirenita y una lista interminable de secuelas. No será esta una oferta de películas particularmente creativa, pero el cine le parecerá, como siempre, un asunto muy familiar.